Como no, ya volveré a pedir el libro de reclamaciones.
Después de nunca
Como no, ya volveré a pedir el libro de reclamaciones.
Valencia
Y por fin llego.
Hasta hace unas pocas horas desconfiaba de mí mismo para conseguir estar aquí; apenas hace un momento que no sabía si podría venir. Pero finalmente estoy en Valencia.
Me bajo del tren. Estoy mareado, pero no consigo caminar lentamente; el andén es largo y quiero verla rápido.
Echo a correr.
No recuerdo la última vez que corrí para ver a alguien. Espero tener valor para darle un abrazo.
Me encanta su sonrisa. Recuerdo sus palabras, aquellas en las que decía que soy la única persona que la alegra, y tiemblo interiormente por saber que soy el causante de que su cara dibujara un poquito de felicidad.
Es inevitable: bésame, le digo.
Escucho la negativa que esperaba y respondo que si no lo hace ella seré yo quien la bese.
Y entonces vuelve a repetir que no, como esperaba; es lesbiana.
Valencia (II)
Robando emociones
Sin título
Lluvia
Nada, dice. Lo de siempre.
¿Puedo hacer algo?
No, no puedes.
¿Alguien puede?
No.
¿Nadie?
Nadie.
Opiniones de un payaso
Vuelta al pasado
Y joder, lo hiciste. Como siempre.
Y me volví para mirarte, otra vez. Dudando si escupirte o darte un beso en la mejilla, recordando lo dulce que te parecía.
Por supuesto, te besaba. Maldiciéndome por disfrutar de volver a envenenarme.
Morir o morir
Fondo de armario
Ella me dice que me necesita en su vida, que no se imagina sin mí, y yo me acuerdo de la chica de labios rojos de la tarde anterior. La que me devolvió un boli que se me había caído en clase. Y me pregunto si al mirar hacia abajo se dio cuenta de que siempre llevo los mismos pantalones.
Entonces me da la risa, y tras un falso "tú también me gustas mucho" ya no sé qué es lo más ridículo de todo esto.
El trabajo os hará libres
Mein vaterland bittet mich zu sterben
(La patria me pide morir.)
Estoy rodeado de gente. Quería mezclarme entre la multitud mientras escucho música, siguiendo el mismo camino que quienes salen de cualquier tienda. Suena un piano, más tarde se une un violín. Voy de arriba para abajo, recorriendo la misma calle en ambos sentidos. Se escucha un discurso motivador; las masas vitorean extasiadas. Alguien me pide mi colaboración con una ONG. Rechazo, pero no le digo que en la calle de al lado hay yonkis y prostitutas esperando su ayuda. Sigo caminando, a la par que el violín se mezcla con los gritos de una madre regañando a su hijo. El artista ambulante a quien el niño miraba continua intentando llamar la atención tristemente. La música va in crescendo, retratando una marcha triunfal hacia ninguna parte. Pierdo de vista al crío. La gente sigue su camino, impasible ante el payaso. Comienzan a sonar sirenas y bombas. Busco a alguien que se haya detenido, pero no hay nadie; todos parecen ir hacia alguna parte, tener un destino. Nadie se para si no es seducidos por un escaparate. Cada vez hay más ruido; las bombas suenan más fuertes, hay tiroteos y ya casi no se oyen los instrumentos. Es absurdo, pero me sorprende ser el único que tiene que taparse los oídos y cerrar los ojos para no vomitar. No sé qué hago aquí.
Otra vez
6:30.
No tengo insomnio, sólo me niego a dormir.
Me gustaría que cada día fuera memorable, no un simple dato a olvidar; no quiero acostarme y que Hoy acabe siendo convertido en un número más, un círculo rojo en un almanaque destinado al vertedero.
Es la única vez en mi vida que viviré este momento. Sé que nunca más volveré a tener mi edad ni estar aquí en la misma situación; mañana seré otra persona viviendo en un mundo completamente distinto, y saber que el día de hoy será parte de un pasado irrecuperable con el que ni siquiera disfruté me pone realmente enfermo.
Y ahora mismo podría estar haciendo cualquier otra cosa, ¡lo que sea! Masturbarme, perseguir un ideal, yo qué sé; cualquier excusa que me acerque a la satisfacción. Pero estoy aquí, escribiendo sobre nada.
Otra vez.
A pesar de todo
Hoy me pasé dos paradas del bus; volví a ver a la chica que leía Niebla.
Esta vez me senté frente a ella. No llevaba ningún libro, pero me conformé con poderla mirar. ¿Por qué he de obsesionarme tan fácilmente? Hubo una vez en la que soñé durante tres noches seguidas con alguien a quien sólo vi durante un momento. Era guapa, y no es que me resulte indiferente una cara bonita, pero lo que más llamó mi atención es que estuviera escribiendo a solas en un mirador. No dejé de pensar en ella durante los días siguientes, del mismo modo que ahora no puedo dejar de pensar en la chica que tengo frente a mí.
Y ni siquiera sabe que existo.
Pero eso no evita que se me acelere el pulso durante lo que dura el trayecto, hasta que finalmente llego a mi parada de siempre, y, sin haberlo planeado con antelación, la turbación decide por mí que no me levante del asiento. Quiero decirle algo.
Pero, ¿qué decir? ¿Cómo expresar esto? Es más: ¿debería hacerlo? me tomará por loco.
Me planteo hablarle del libro. Algo así como "me resultó muy cómica la tragedia de Augusto, el protagonista". ¿Pero qué pensaría? No solo se dará cuenta de que la miraba hace unos días, cosa que no soporto, sino que me parece tremendamente pedante. Empiezo a repasar mentalmente cuanto se me ocurre poder decir, pero tengo motivos para descartar cada frase; la que no es cursi es demasiado descarada, y, si no, absurda y tremendista. O nimia o trivial, da igual. Nada me vale.
Y ella se baja. Se va. Y yo sigo aquí sentado sin haber dicho nada.
La sigo.
No hay mucha gente por la calle; temo que se de cuenta de lo que estoy haciendo mientras sigo preguntándome qué puedo decirle. Tiene que ser algo rápido, antes de que llegue a su portal o se meta por cualquier callejón. No quiero que me confunda con cualquiera. Pero, ¿cómo iba a ser si no?
Continuo caminando. No parece haberse dado cuenta de nada, aunque ahora tengo un motivo más para estar nervioso: temo que me descubra. Que se asuste o algo peor. Y la idea de que esto es una estupidez comienza a hurgar dentro de mí; no sé cómo acercarme sin que piense que miento o que soy un idiota. Ahora no me tomará por un cualquiera, pero, joder, escribí sobre ella tras haberla visto durante unos segundos; pensará que soy un obseso.
Nada de esto servirá para nada.
Las ilusiones siempre son falsas, y siento que no puedo hacer nada por cambiarlo. Le diga lo que le diga igualmente está destinado al fracaso; nada funcionaría, y, aunque lo hiciera, cualquier esfuerzo por convertirlo en algo duradero sería infructuoso. Todo está abocado a la destrucción. Todo es completamente inútil.
Sigo acercándome, ahora con paso rápido.
Bah, nada de esto no tiene sentido.
Paso de largo, dejándola atrás.
(Justo para un instante después culparme por no aprovechar la vida, a pesar de todo. Aunque ese todo sea un montón de mierda.)
Odio al mundo y no iré al cielo
Desaparecer
Sé que no lo llamaré.
La casa de la imperfección
Se entrevé un uniforme de hospital bajo una chaqueta. Creo que puede ser limpiadora. El tono verdoso del reflejo de la luz sobre el suelo me hace pensar que el propio vehículo se asemeja a un pasillo de hospital, mientras que nosotros -aquellos que miran hacia fuera y yo- somos enfermos esperando a que vengan a hacernos sonreír, contentándonos mientras tanto posando nuestra vista en otro lugar; así, observando sin participar, convertimos la ventana al exterior en una fuente de emociones que sustituya pobremente a nuestra vida. Tengo la sensación de vivir en una falsificación constante.
Llega mi parada. Me bajo y noto que estoy mareado, no me aguanto en pie. No hay sillas ni nada parecido. Sin preocuparme, me siento en el suelo. El acto más enérgico que me atrevo a llevar a cabo es sacar una pastilla y metérmela en la boca; necesito relajarme. No quiero que en casa me vean así, con cara de que todo me parece una mierda. ¿Por qué a veces resulta tan dificultoso estar a solas como en compañía, en un lugar o en otro, haciendo cualquier cosa o la contraria?
El bus comienza a irse. Veo a la chica que debía ir sentada justo detrás de mí; lleva un libro. Niebla, de Unamuno. No parece contagiarse del sentimiento trágico del que habla la nivola; tiene cara alegre. Me resulta muy guapa. Le sonrío, pero no sé si ha llegado a verme. El autobus termina por irse lejos.
Irse
No sé cómo puedo estar aquí; miro a mi alrededor y todo me parece repugnante. Una gran farsa cuya sátira acaba por convertir la risa en llanto, y el llanto en una sonrisa desquiciada. Vuelta a empezar.
Me tiemblan las manos y la gente comienza a mirarme. Algunos se van, me pregunto a dónde; ¿qué sentirán? ¿Harán algo? Otros continúan leyendo el periódico, tomando un café. Unos estudiantes hablan entre ellos mientras siguen mirándome. Quiero escupirles. Y pegarles y besarles.
Me río. Escondo la cara.
¿Cómo puede ser que esté aquí? resulta que en un momento cualquiera, por lo que sea, estalla un petardo de dimensiones divinas y la nada se transforma en materia. Comienzan a barajarse infinidad de posibilidades, jugando entre sí durante el infinito, y, en otro momento sin importancia, ya casi al final de la eternidad, surge la vida.
¡Y aquí estoy!
Sin que nadie me haya preguntado; resultado de resultados azarosos durante toda la Historia, y todo para constatar que no hay nada; pienso... no: ¡siento! Siento que nada es importante.
Me largo.
En este momento quisiera autoinmolarme. Sin concesiones, sin notas; quisiera suicidarme por todo y por nada. Encuentro un motivo para acabar con todo en cualquier cosa; la existencia queda refutada por la misma nimiedad que le otorga todo el valor que tiene.
No puedo creer en nada, no hago nada, no soy nada.
Y sin embargo saco la libreta: necesito escribir.