Valencia

Tengo pánico a viajar, y pretendo subirme a un tren sin billete de vuelta. Sin dinero para volver, sin lugar donde dormir y sin nadie a quien recurrir si resulta que me he equivocado con la persona que me espera al otro lado. Sin embargo, lo único que temía era no conseguir el dinero para ir.

Y por fin llego.

Hasta hace unas pocas horas desconfiaba de mí mismo para conseguir estar aquí; apenas hace un momento que no sabía si podría venir. Pero finalmente estoy en Valencia.

Me bajo del tren. Estoy mareado, pero no consigo caminar lentamente; el andén es largo y quiero verla rápido.

Echo a correr.

No recuerdo la última vez que corrí para ver a alguien. Espero tener valor para darle un abrazo.

Me encanta su sonrisa. Recuerdo sus palabras, aquellas en las que decía que soy la única persona que la alegra, y tiemblo interiormente por saber que soy el causante de que su cara dibujara un poquito de felicidad.

Es inevitable: bésame, le digo.

Escucho la negativa que esperaba y respondo que si no lo hace ella seré yo quien la bese.

Y entonces vuelve a repetir que no, como esperaba; es lesbiana.

Valencia (II)


Caminamos por la calle. Ella tiene cara de cansada y yo de triste. Anoche no dormimos y ahora no tenemos dónde ir, pero ve a una mujer pidiendo limosna en la puerta de un supermercado y aun se para a darle dinero. Horas más tarde tenemos hambre. Es de noche, hace siete grados de temperatura, seguimos sin tener dónde dormir y se pregunta a sí misma por qué lo hizo. Si ni siquiera tenía dinero para ella.

*****

Un alemán quiere invitarnos a comer. Saca de su bolsillo unas monedas e insiste en que las cojamos. Charlamos un rato y no tarda en contarnos su vida; nos enseña los brazos picados, llenos de cicatrices, donde tiene tatuados los nombres de sus dos hijas. Cree que nos hemos fugado de casa, y, viéndonos jóvenes, siente pena por nosotros. Dice que él también está en la calle y sabe por lo que pasamos.

Robando emociones

Salgo del probador. El peso de la bolsa, algo más llena que al entrar, parece forzar al corazón; sus latidos imitan el ritmo acelerado de unos ojos que miran de un lado a otro, buscando un poco de (in)seguridad. "¿Me habrá visto alguien?", me pregunto nerviosamente mientras me acerco a los detectores, la salida, y siento que estoy viviendo el momento más emocionante del día.